YO. - ¿Queréis a vuestro hijo?
ÉL. - ¿Que si yo quiero a ese pequeño salvaje? ¡Con locura!
YO. - Y no os ocupáis seriamente en atajar en él el efecto de la maldita molécula paterna.
ÉL. - Me ocuparé; aunque creo que inútilmente. Si está destinado a ser un hombre de bien, yo no le haré daño; pero si la molécula quiere que sea un pícaro como su padre, todos los esfuerzos que haga para convertirlo en un hombre honrado le perjudicarán. Como la educación cruza sin cesar la pendiente de la molécula, se sentirá tirado por dos fuerzas contrarias, y andará de soslayo en el camino de la vida, como yo veo una infinidad, tan torpes en el bien como en el mal. Son lo que llamamos tipos; de todos los epítetos el más temible, porque marca la mediocridad y el último grado del desprecio. Un gran pícaro es un gran pícaro, pero no es un tipo. Antes que la molécula paterna haya adquirido la supremacía y conducido a la perfecta abyección en que me encuentro, necesitará un tiempo infinito y perderá sus mejores años. Por el momento no hago nada, le dejo. Pero lo examino; ya es glotón, insinuante, ladronzuelo, perezoso y embustero; me temo mucho que sea cazador de raza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario