Después de esta historieta, mi hombre se puso a andar con la cabeza baja, el aire pensativo y humillado. Suspiraba, lloraba, se desolaba, alzaba las manos y los ojos al cielo, se golpeaba la cabeza con los puños para romperse la frente o los dedos, y añadía: "O aquí no hay nadie, o no quieren contestarme".
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