YO. - Para servirme de vuestra expresión, o de la de Montaigne, os veo encaramado en el epiciclo de Mercurio, considerando las diferentes pantomimas de la especie humana.
ÉL. - Os aseguro que no; peso demasiado para subir tan alto. Abandono a los demás la región de las nieblas; yo me quedo a ras de tierra. Miro alrededor, adopto mis posturas o me divierto de las que veo a los otros. Soy excelente mimo, como podréis juzgar.
Luego se puso a sonreír, a imitar al hombre admirador, al que suplica, al complaciente. El pie derecho lo tenía adelantado, el izquierdo atrás, la espalda encorvada, la cabeza derecha, la mirada como fija en otros ojos, la boca abierta, los brazos tendidos hacia algún objeto. Espera una orden; la recibe, parte como una saeta, vuelve simulando haberla cumplido y da cuenta. Parece atento a todo; recoge lo que cae, coloca un cojín encima de un taburete, sostiene una bandeja, acerca una silla, abre una puerta, cierra una ventana, corre las cortinas, observa al dueño y a la dueña de la casa. Permanece inmóvil, con los brazos bajos, las piernas paralelas. Escucha, procura leer en las caras y añade: "Ésta es mi pantomima; poco más o menos la misma que la de los aduladores, los cortesanos, los criados y los mendigos".
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