Buscar este blog

miércoles, 11 de abril de 2012

Sobre DESGRACIA de Coetzee (3/3)


El “Hombre-Perro”: Raza, sexo, especies y linaje,
en Desgracia de Coetzee
(por D. Coleman)


La galantería de Lurie, su “salvando el honor” de los cadáveres caninos puede conformar a su idea de un más perfecto mundo pero esto es algo (él lo tiene que admitir) “estúpido, bobo, testarudo”.  Sin embargo él lo hace, debido a su “idea del mundo”. Ahora que él permite a los perros condenados lamerlo, él se ha envuelto de ser un “dinosaurio moral” a ser un nicho inquietamente suspendido entre la insistencia y el honor.

El monstruo de Frankenstein, una criatura de especies mezcladas, indeterminadas, nos presenta con el espectáculo conmovedor de una criatura conducida a perfilar alguna clase de linaje para él mismo. Después de encontrando una cartera de libros y enseñando él mismo a leer, en vez de encontrando iluminación él llega a estar más desconcertado acerca de qué y quién es él:

Yo encontraba a mí mismo similar, aún al mismo tiempo extrañamente diferente a los seres respecto a los que yo leo. … Mi persona estaba oculta y mi estatura gigantesca. ¿Qué significaba esto? ¿Quién era yo? ¿Qué era yo? ¿De dónde yo vine? ¿Cuál era mi destino? Estas preguntas continuamente recurrían, pero yo era incapaz de resolverlas.

El Paraíso Perdido de Milton lo toma no más cerca para resolver el acertijo:

Como Adán, estaba aparentemente unido por ninguna liga a otro ser en la existencia; pero su estado era tan diferente del mío en todos los otros aspectos. Él hubo venido de las manos de Dios una perfecta criatura, feliz y próspera, guardada por el cuidado especial de su creador; él estaba permitido para conversar, y adquirir conocimiento, seres de una naturaleza superior: pero yo estaba condenado, sin apoyo, y solo. Muchas veces yo consideraba a Satán como el emblema operario de mi condición; con frecuencia, como él, cuando yo visibilizaba la bendición de mis protectores, el amargo descaro de la envidia incrementó dentro de mí.

Como el monstruo giran estas preguntas alrededor en su cabeza, él descorre sobre su educación literaria qué significa ser humano. Haciendo así él nos muestra como la categoría de lo humano es un trabajo de construcción discursiva en curso. Su llegada a este punto de entendimiento marca, empero, el límite de su educación literaria. Por toda su elocuencia persuasiva, el monstruo no puede, en el fin, atraer la simpatía de su creador para cruzar la barrera de las especies. Frankenstein rechaza admitir a su criatura a los rangos de lo humano.

En el final de Desgracia Lurie difiere de Frankenstein en reconociendo, como Darwin hizo, la continuidad evolucionaria y emocional entre las especies humanas y no humanas. Mientras que una vez que Lurie se hubo puesto de lado con los antiguos en su creencia de que, distinto de los humanos, “los animales no tienen almas más verdaderas”, él ahora acepta la animalidad de la vida humana. Las causas precisas de este cambio de corazón son duras para comprender, pero para la mayor parte ocurren después de la violación, cuando los temas del destino de las mujeres (su “nicho”) vienen a una cabeza en la rendición de Lucy de todas las cosas a Petrus. Iniciando otra vez en “nivel tierra”, de una posición de completa humillación, ella está de acuerdo con su padre que ella ha llegado a ser “como un perro”. “Con nada. Ni tarjetas, ni armas, ni propiedad, ni derechos, ni dignidad”. La convergencia entre las vidas de las mujeres y esos animales en Desgracia puede ser vista en la preocupación de Lurie en las dos jóvenes ovejas que están para ser sacrificadas para la fiesta de Petrus. Él reflexiona: “Las ovejas no se apropian a ellas mismas, no apropian sus vidas. Ellas existen para ser usadas, cada onza de ellas, su carne para ser comida, sus huesos para ser molidos y alimentados a las aves de corral.” Una consideración del destino de los animales causa a Lurie cambiar de su actitud patriarcal y de propietario con respecto a las mujeres. Su furia destructiva en la violación de Lucy disminuye, y en el fin él da un paso para atrás para permitir a su hija emerger como el personaje principal en su propio relato. A la más temprana pregunta, “qué clase de niño” podía surgir de tal semilla, Lurie ahora responde que el bebé no será un monstruo: en vez de eso será “justo tan sólido, justo tan durarero” como su madre, y así continuarán, “una línea de existencias en la cual su participación, su obsequio, crecerá inexorablemente cada vez menos, esto puede también ser olvidado”. Aquí la necesidad competitiva para su propia línea para sobrevivir se ha desplegado hacia una perspectiva shakespeariana; el incremento de Lucy inevitablemente implicará el deceso del abuelo.

El desarrollo de Lurie y, en particular, su movimiento hacia una perspectiva darwinista menos enfocada sobre la lucha y más sobre lo humano –la continuidad animal, es significantemente formada por su experiencia con Bev, que defendiendo las maneras de los animales, expone la aritmética malthusiana como aplicable solo a los humanos:

“El problema es, hay justo tantos de ellos,” dice Bev Shaw. “Ellos no entienden eso, de acuerdo, y nosotros tenemos manera de contárselo a ellos. Tantos para nuestros estándares, no para los de ellos. Ellos multiplicarían y multiplicarían si ellos tuvieran su manera, hasta que ellos llenaran la Tierra. Ellos no piensan es una mala idea tener tantas crías. Los que más tienen los más alegres.”
Lurie nota el igualitarismo de los perros –“Nadie tan alto y poderoso para oler el trasero de otro”—y su general tranquilidad: “Él está observando a los perros comer. Le sorprende que tan poca pelea hay. El pequeño, el débil retrasado, aceptando su montón, esperando su turno.” Sin embargo, para todo eso Lurie puede ver la irrelevancia del pensamiento malthusiano cuando es aplicado a animales, un antropocentrismo inerradicable y sistémico prevalece. Medidos por los estándares humanos, los perros no deseados son “tantos” y deben ser eliminados. Incinerar los perros muertos respectivamente constituye una parte de la expiación de Lurie para esta lógica antropocéntrica. Él llega a ser el sirviente de los perros, un harijan –un intocable, el más bajo de lo bajo. En honor de los perros que no saben nada de honor ni deshonor, Lurie reconoce el parentesco evolucionario entre las especies humanas y no humanas.

Cerca del inicio de la novela Lurie cuenta a Melanie que Wordsworth ha sido uno de sus “maestros”. Esto revela muchas cosas acerca de Lurie,  no menos que la creencia que él comparte con Wordsworth acerca de que la poesía es el discurso que distingue las especies humanas. El poeta de Wordsworth tipifica su clase, él es “un hombre hablando a los hombres” usando un lenguaje común, compartido por todos. Después de la violación, después de continuando de “fastidiar a Petrus”, después de comprendiendo el comportamiento de Lucy, y después de ayudando a Bev a “liberar” a los perros indeseables, Lurie ha llegado a ser un tanto cínico acerca de la poesía: “Tanto para los poetas, tanto para los maestros muertos. Quienes no han, él debe decir, guiado bien a él. Si no, a quien él no ha escuchado bien”.  Además, alguna creencia dentro de la naturaleza humana distintivamente de Literatura, Música y Arte ha desaparecido. La pasión de Theresa por Byron la mantiene “aullando a la Luna por el resto de su vida natural” mientras el perro lisiado que mantiene compañía a Lurie le pega sus labios y parece el punto de cantando también, o aullando. En la música de contrapunto de la ópera cómica de Lurie, la conciencia específica de especies de la clase humana está en ningún lugar a la vista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario