Haciendo una pausa a la relectura de "La Cartuja de Parma" me atrevo a escribir lo siguiente:
Es una alegría invaluable haber estado tan cerca y tan lejos de una persona inteligente y jovial, como haber estado tan cerca y tan lejos de un líder de grandes miras.
Mi situación se resume en que ya instalado en una posición privilegiada tuve que enfrentarme a la envidia, y siento que si caía, intentarían aplastarme o sacarme de la jugada.
Sucedió que por segunda vez en mi vida enfermo por un período de cinco meses de esquizofrenia paranoide. ¿Qué credibilidad puede tener un psicótico? ¿Cómo puedo protegerme del nido de víboras si me encuentro débil, y puedo decir, distraído por esta situación ajena a mi voluntad, mi enfermedad?
Me salvaron, y aunque no pude agradecer como es debido, me alienta saber que la inteligencia y el poder se impusieron al caos.
Pero mi posición era tan triste, ¿quién confiaría en mí si he padecido esta enfermedad grave? ¿Cómo restablecer la confianza y no ser discriminado o prácticamente ignorado porque mi condición era subnormal?
Se me ocurrió contar mi vida, y que pasara lo que tuviera que pasar, si era preciso enfangarme lo haría, era cuestión de honor, no podía tolerar ser tratado como alguien trágicamente fracasado.
Conté mis secretos, que al volverse a la luz, me ponían en una situación que pudiera ser comprometedora, pero buscaba gritar que no era un desconocido, sino que había tenido esos momentos mágicos e irrepetibles donde tienes contacto con lo sublime. Me juzgarían fuera de realidad, pero sabía que apostaba mi capital: yo buscaba revivir una herida y profundizarla hasta provocar el desorden.
Mi enfermedad tiene como precursor la elevada producción de dopamina, así que estar envuelto en una posición más extrema de peligro era como manifestarme a mí mismo: "Si me he enfermado por hechos nimios, más me vale vivir con todo mi arsenal de culpas, líos y embrollos que he acumulado. ¿Para qué vivir a medias tintas si esto puede ser una novela?"
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