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miércoles, 28 de mayo de 2014

CLEOPATRA Y JEHOSHEBA

El arma de la seducción femenina fue usado para conquistar el corazón del César. Encontramos muchos ejemplos de historias donde una prostituta se vuelve fundamental en compartir su sabiduría o sus artes amatorias a uno de los personajes principales del relato o film en cuestión. Habría que leer a Camus para conocer la influencia de Cesonia en Calígula; en "La Casa de los Espíritus" se encuentra la ayuda que proporciona Tránsito Soto al despótico Estebán Trueba. La fatal Lolita de la historia de Nabokov conduce el destino de Humbert Humbert. Y no es sorpresivo de que uno de los éxitos más reconocidos de Private en 1996 fuera el inicio de la saga de The Pyramid esteralizada por Tania Russof. En este 1996 se lanza uno de los films más recordados de Olivia del Río en que interpreta a Cleopatra y que fue dirigido por Joe D'Amato. Para 2003 otra vez Private volvería a buscar el tema egipcio presentando su propia Cleopatra, protagonizada por Julia Taylor y dirigida por Antonio Adamo.

En la novela sobre Cleopatra de Margaret George, llevada al cine en 1999, se relata a continuación el apoyo de Jehosheba a la Reina Cleopatra, entonces en exilio, y queriendo regresar a Alejandría donde tendrá que buscar cómo convencer al César para recuperar sus dominios:

Imaginé quién era la tal Jehosheba.
-Hazla pasar -contesté, incorporándome y poniéndome una túnica. Apenas había tenido tiempo de cubrirme cuando Jehosheba entró majestuosamente en mi aposento.
Era tan bella como una diosa de la abundancia. Todo en ella parecía duplicarse: tenía más cabello que cualquier mujer normal, con un color el doble de intenso, y unos bucles el doble de fuertes y sedosos. Las facciones de su rostro eran exquisitas, sus dientes brillaban como perlas y estaban perfectamente alineados. En cuanto a su cuerpo... por la forma en que se movía su tersa piel en sus bien torneados brazos, supuse que también debía de ser perfecto.
-Gracias por venir -le dije-. Me gusta admirar las obras de arte de la naturaleza.
Y eso parecía efectivamente.
-Pues yo estaba deseando verte de cerca -me dijo con cautivadora sencillez.
"Cautivadora sencillez", pensé. Toma nota. Recuérdalo.
-Necesito tu ayuda -le dije-. Tienes mucha experiencia en algo en lo que yo soy completamente inexperta. -Hice una pausa-. Me refiero al arte de hacer el amor con un hombre.
-Me alegro de que lo consideres un arte -me dijo-. El hecho de que muchas lo practiquen no significa que todas lo dominen. Todo el mundo sabe caminar, pero muy pocas personas son dignas de ser contempladas cuando caminan.
-Cuéntame -le dije-. Cuéntamelo todo.
No puedo repetir todo lo que ella me dijo. Buena parte de las cosas que me refirió eran de simple sentido común, naturalmente. No te quites la ropa en una habitación fría. Procura que no haya interrupciones. No hables de otras cosas. No hables bajo ningún pretexto de otras mujeres. Y jamás preguntes: "¿Me quieres?" Otra cosa que jamás debes preguntar es: "¿Volverás otra vez a mí?" Sólo una insensata dice estas cosas.
-Cada hombre tiene una imagen soñada de sí mismo con una mujer, y tu misión es hacer realidad este sueño. Cuanto más te acerques a este sueño, tanto más conseguirás satisfacerlo -dijo-. Lo malo es que no siempre resulta fácil adivinar la imagen que tiene un hombre en su mente. A veces ni siquiera el propio hombre se conoce a sí mismo. Hace falta ser un genio para descubrirlo. Todas las grandes cortesanas son un genio en este sentido. Extraen lo que está más escondido en otra persona y le confieren un rostro y una forma. Ésta es la magia.
"Olvídate de los brebajes y de los perfumes. El hechizo consiste en conjurar este deseo y este sueño y darle vida. Si consigues hacerlo, tú también cambiarás y puede que llegues a amar al hombre, pues cabe la posibilidad de que él también responda a tu sueño más secreto y profundo. Siempre cabe esta posibilidad.
-¿Y eso a ti te ha ocurrido alguna vez? -le pregunté a aquella criatura capaz de despertar tanto amor.
-No -confesó-. ¡Pero siempre hay una próxima vez! -Echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Hasta en eso era seductora. Me señaló mis arcas-. Déjame ver tus túnicas -me dijo-. ¡Son tus herramientas!

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