YO. - Lo que hace a las gentes de mundo tan delicadas en lo que concierne a sus diversiones es su profunda ociosidad.
ÉL. - No lo creáis; se agitan demasiado.
YO. - Como no se cansan nunca, nunca descansan.
ÉL. - No lo creáis. Están siempre rendidos.
YO. - Para ellos el placer es siempre un negocio, jamás una necesidad.
ÉL. - Mejor; la necesidad es siempre una desdicha.
YO. - Todo lo gastan. Su alma se embrutece y el hastío se apodera de ella. Quien les quitara la vida en medio de su abundancia abrumadora les prestaría un servicio. Es que ellos no conocen de la felicidad más que la parte que se embota más de prisa. Yo no desprecio los placeres de los sentidos; también tengo un paladar a quien halaga un manjar delicado o un vino delicioso. Tengo un corazón y dos ojos, y me gusta ver una mujer bonita, sentir bajo mi mano la firmeza y redondez de su pecho, oprimir sus labios con los míos, beber la voluptuosidad en sus miradas y expirar en sus brazos. Algunas veces, con mis amigos, no me desagrada una orgía, aun siendo tumultuosa; pero no os oculto que me parece infinitamente más grato todavía haber socorrido al desgraciado, arreglar una cuestión espinosa, dar un consejo acertado, saborear una lectura agradable, ir de paseo con un hombre o una mujer que llenen mi corazón, pasar algunas horas instructivas con mis hijos, escribir una buena página, cumplir con los deberes de mi profesión y decir a la que amo algunas cosas tan tiernas y dulces que tenderá sus brazos alrededor de mi cuello. Conozco tal acción, que daría todo cuanto poseo por haberla realizado.
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