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sábado, 5 de abril de 2014
UN APÓLOGO
Hasta podría constituir un apólogo: era una vez un pobre tipo que se había equivocado de mundo. Existía, como la otra gente, en el mundo de los jardines públicos, de los cafés, de las ciudades comerciales, y quería persuadirse de que vivía en otra parte, detrás de la tela de los cuadros, con los dux del Tintoreto, con los graves florentinos de Gozzoli, detrás de las páginas de los libros, con Fabricio del Dongo y Julián Sorel, detrás de los discos de fonógrafo, con las largas quejas secas del jazz. Y después de hacer el imbécil, comprendió, abrió los ojos, vió que había sido un error; estaba en una taberna, justamente, frente a un vaso de cerveza tibia.
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