Nací a principios de la última mitad de los noventas, en muy curiosas circunstancias, en un eneahexagrama, matemáticamente.
La única persona que presenció mi nacimiento fue nuestro querido, fiel y viejo fox-terrier, Boozy, y un aparato de rayos X para esterilizar vacas. Mi madre se hallaba ausente a la sazón, tendiendo trampas a los langostinos que por aquella época infestaban las altas cumbres de los Andes, llevando la miseria y la devastación a los nativos.
Mi padre, profesional de golf en activo, inventó el famoso hoyo de arena perforado que se tragó a los iniciados de Lord Baden Powell trabados en estrecho combate en los Países Bajos.
Los primeros años de mi infancia transcurrieron en medio de agotadores estudios de las condiciones geológicas de los campos de juego submarítimos para personas desplazadas. Esto, por supuesto, me llevó lejos de mi tierra natal y sin embargo, amplió y extendió el campo de mi conciencia a tal grado que tuve que recurrir a un jíbaro especialista en reducir el tamaño de la cabeza para experimentar el proceso de acomodación normal de la mentalidad en las metrópolis del mundo.
Sin que me arredrara la maravillosa flexibilidad del reflejo craneano pude hacer un donativo de cálculos precisos al alcalde de Chorley, quien pasó a la posteridad cabalgando el primer devorador mecánico de yoghurt.
Aunque parezca que no viene al caso debo agregar que la invención de la máquina de pintar, que posteriormente se convirtió en el padre madre de la estética moderna, y la gran estabilidad móvil para el futuro esfuerzo artístico, surgió relampagueante (como un cometa) de la delicada sensibilidad de la primera computadora que se donó al equipo de cricket de Bolton con el fin de sacar puntos cuando el puntuar era un arte obsoleto. El hecho de que el aparato llegara a ser lo suficientemente fértil como para parir a la máquina de pintar no hace sino subrayar el carácter maravilloso de la Oportunidad Mecánica. Además, si el centro delantero le hubiera dado un plátano en lugar de la fórmula para promedios de una a cinco carreras por temporada es posible que hubiera sido otra la actividad de la computadora. Estos mal cálculos bárbaros produjeron el glorioso futuro del arte, de la cultura y nuevas y mejores líneas de ferrocarril de circunvalación en todo el mundo.
Debido a este accidente fortuito, la Máquina de Pintar, florecieron nuevos medios cual si fueran fructíferos percebes en el fondo nudoso de la inventiva humana.
"ERGOT EN EX HUMIDUS I CREATUM UNT."
Los hongos que cubrieron de flores la gloriosa profusión de la Desaparecida Razón Socromórfica engüeraron necrocríticamente como un huevo chino. Cita: "Somos, por consiguiente no somos lo que pudiéramos haber sido si fuésemos." (El profesor A.J. Ayer ha demostrado hasta la saciedad la lógica empírica de este argumento austero).
Así, debido a la capacidad maravillosa de la Máquina de Pintar penetré en los misterios del arte creativo cuando, de hecho, nací Jezza-mática.
Ergot.
Me encontraba sacando la raíz de un simposio hiperbólico con el fin de calcular el denominador exterior de una higuera en secciones xextopódicas cloriomorfacias iguales cuando la metamorfosis latente profirió bruscamente un gran chillido inesperado que fue algo entre un gritito y una sonrisa. Dio, por así decirlo, con el fin de devolver.
Magnificat.
Pintó. La Máquina pintó entidades orgánicas subterráneas, pintó faunas Chtónicas en contraste jubiloso con los cálculos de clase en agotadora despeculación relativa a la llamada recapitulación reductiva de la razón sentenciosa resumida. Este milagro fue suficiente, naturalmente, para lanzar una nueva era en políticas neoproletarias basadas en la siempre inflativa ética del gobierno anarco-organizado, un sistema de disentación circular para promover el crecimiento de las mutaciones del arroz en el círculo ártico. Cuestión de un drenaje bien planeado del campo de golf de Gleneagles al sur de Chile sólo para entrar en el agujero de los polos con Stratoproads procedentes de recientes artefactos ultraterrestres.
Abrigamos la confianza de que el público en general se haya ahora adecuadamente informado acerca de la sencilla pero ardua proyección del artista, desde la cálida humedad de la gestación genealógica hasta el mareante punto de congelación del óleo sobre el lienzo en una morfología bien establecida que va desde las vicisitudes de innumerables combinaciones de gnodes de color zoológico hasta la orquestación ambivalente de psiclogramas extrañamente sincronizados y hábilmente entreverados con esparavanes comprimidos en tabletas de malignidad concentrada sólo para explotar aquí y allá con la perversidad silenciosa de sirns cero en un gesto incalculable de asombro en suspenso.
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