El “Hombre-Perro”: Raza, sexo, especies y linaje,
en Desgracia de Coetzee
(por D. Coleman)
La galantería de
Lurie, su “salvando el honor” de los cadáveres caninos puede conformar a su
idea de un más perfecto mundo pero esto es algo (él lo tiene que admitir)
“estúpido, bobo, testarudo”. Sin embargo
él lo hace, debido a su “idea del mundo”. Ahora que él permite a los perros
condenados lamerlo, él se ha envuelto de ser un “dinosaurio moral” a ser un
nicho inquietamente suspendido entre la insistencia y el honor.
El monstruo de
Frankenstein, una criatura de especies mezcladas, indeterminadas, nos presenta con
el espectáculo conmovedor de una criatura conducida a perfilar alguna clase de
linaje para él mismo. Después de encontrando una cartera de libros y enseñando
él mismo a leer, en vez de encontrando iluminación él llega a estar más
desconcertado acerca de qué y quién es él:
Yo encontraba a mí mismo similar, aún al mismo tiempo
extrañamente diferente a los seres respecto a los que yo leo. … Mi persona
estaba oculta y mi estatura gigantesca. ¿Qué significaba esto? ¿Quién era yo?
¿Qué era yo? ¿De dónde yo vine? ¿Cuál era mi destino? Estas preguntas
continuamente recurrían, pero yo era incapaz de resolverlas.
El Paraíso Perdido
de Milton lo toma no más cerca para resolver el acertijo:
Como Adán, estaba aparentemente unido por ninguna liga
a otro ser en la existencia; pero su estado era tan diferente del mío en todos
los otros aspectos. Él hubo venido de las manos de Dios una perfecta criatura,
feliz y próspera, guardada por el cuidado especial de su creador; él estaba
permitido para conversar, y adquirir conocimiento, seres de una naturaleza
superior: pero yo estaba condenado, sin apoyo, y solo. Muchas veces yo
consideraba a Satán como el emblema operario de mi condición; con frecuencia,
como él, cuando yo visibilizaba la bendición de mis protectores, el amargo
descaro de la envidia incrementó dentro de mí.
Como el monstruo
giran estas preguntas alrededor en su cabeza, él descorre sobre su educación
literaria qué significa ser humano. Haciendo así él nos muestra como la
categoría de lo humano es un trabajo de construcción discursiva en curso. Su
llegada a este punto de entendimiento marca, empero, el límite de su educación
literaria. Por toda su elocuencia persuasiva, el monstruo no puede, en el fin,
atraer la simpatía de su creador para cruzar la barrera de las especies.
Frankenstein rechaza admitir a su criatura a los rangos de lo humano.
En el final de
Desgracia Lurie difiere de Frankenstein en reconociendo, como Darwin hizo, la
continuidad evolucionaria y emocional entre las especies humanas y no humanas.
Mientras que una vez que Lurie se hubo puesto de lado con los antiguos en su
creencia de que, distinto de los humanos, “los animales no tienen almas más
verdaderas”, él ahora acepta la animalidad de la vida humana. Las causas
precisas de este cambio de corazón son duras para comprender, pero para la
mayor parte ocurren después de la violación, cuando los temas del destino de
las mujeres (su “nicho”) vienen a una cabeza en la rendición de Lucy de todas
las cosas a Petrus. Iniciando otra vez en “nivel tierra”, de una posición de
completa humillación, ella está de acuerdo con su padre que ella ha llegado a
ser “como un perro”. “Con nada. Ni tarjetas, ni armas, ni propiedad, ni
derechos, ni dignidad”. La convergencia entre las vidas de las mujeres y esos
animales en Desgracia puede ser vista en la preocupación de Lurie en las dos
jóvenes ovejas que están para ser sacrificadas para la fiesta de Petrus. Él
reflexiona: “Las ovejas no se apropian a ellas mismas, no apropian sus vidas.
Ellas existen para ser usadas, cada onza de ellas, su carne para ser comida,
sus huesos para ser molidos y alimentados a las aves de corral.” Una
consideración del destino de los animales causa a Lurie cambiar de su actitud
patriarcal y de propietario con respecto a las mujeres. Su furia destructiva en
la violación de Lucy disminuye, y en el fin él da un paso para atrás para
permitir a su hija emerger como el personaje principal en su propio relato. A
la más temprana pregunta, “qué clase de niño” podía surgir de tal semilla,
Lurie ahora responde que el bebé no será un monstruo: en vez de eso será “justo
tan sólido, justo tan durarero” como su madre, y así continuarán, “una línea de
existencias en la cual su participación, su obsequio, crecerá inexorablemente
cada vez menos, esto puede también ser olvidado”. Aquí la necesidad competitiva
para su propia línea para sobrevivir se ha desplegado hacia una perspectiva
shakespeariana; el incremento de Lucy inevitablemente implicará el deceso del
abuelo.
El desarrollo de
Lurie y, en particular, su movimiento hacia una perspectiva darwinista menos
enfocada sobre la lucha y más sobre lo humano –la continuidad animal, es
significantemente formada por su experiencia con Bev, que defendiendo las
maneras de los animales, expone la aritmética malthusiana como aplicable solo a
los humanos:
“El problema es, hay justo tantos de ellos,” dice Bev
Shaw. “Ellos no entienden eso, de acuerdo, y nosotros tenemos manera de contárselo
a ellos. Tantos para nuestros estándares, no para los de ellos. Ellos
multiplicarían y multiplicarían si ellos tuvieran su manera, hasta que ellos
llenaran la Tierra. Ellos no piensan es una mala idea tener tantas crías. Los que
más tienen los más alegres.”
Lurie
nota el igualitarismo de los perros –“Nadie tan alto y poderoso para oler el
trasero de otro”—y su general tranquilidad: “Él está observando a los perros
comer. Le sorprende que tan poca pelea hay. El pequeño, el débil retrasado,
aceptando su montón, esperando su turno.” Sin embargo, para todo eso Lurie
puede ver la irrelevancia del pensamiento malthusiano cuando es aplicado a
animales, un antropocentrismo inerradicable y sistémico prevalece. Medidos por
los estándares humanos, los perros no deseados son “tantos” y deben ser eliminados.
Incinerar los perros muertos respectivamente constituye una parte de la
expiación de Lurie para esta lógica antropocéntrica. Él llega a ser el
sirviente de los perros, un harijan –un intocable, el más bajo de lo bajo. En
honor de los perros que no saben nada de honor ni deshonor, Lurie reconoce el
parentesco evolucionario entre las especies humanas y no humanas.
Cerca
del inicio de la novela Lurie cuenta a Melanie que Wordsworth ha sido uno de
sus “maestros”. Esto revela muchas cosas acerca de Lurie, no menos que la creencia que él comparte con
Wordsworth acerca de que la poesía es el discurso que distingue las especies
humanas. El poeta de Wordsworth tipifica su clase, él es “un hombre hablando a
los hombres” usando un lenguaje común, compartido por todos. Después de la
violación, después de continuando de “fastidiar a Petrus”, después de
comprendiendo el comportamiento de Lucy, y después de ayudando a Bev a “liberar”
a los perros indeseables, Lurie ha llegado a ser un tanto cínico acerca de la
poesía: “Tanto para los poetas, tanto para los maestros muertos. Quienes no han,
él debe decir, guiado bien a él. Si no, a quien él no ha escuchado bien”. Además, alguna creencia dentro de la
naturaleza humana distintivamente de Literatura, Música y Arte ha desaparecido.
La pasión de Theresa por Byron la mantiene “aullando a la Luna por el resto de
su vida natural” mientras el perro lisiado que mantiene compañía a Lurie le
pega sus labios y parece el punto de cantando también, o aullando. En la música
de contrapunto de la ópera cómica de Lurie, la conciencia específica de
especies de la clase humana está en ningún lugar a la vista.
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